Cultura digital, incertidumbre global

Publicado en Colsecor Revista el m

Cultura global: incertidumbre y oportunidad

Uno de los indicadores más elocuentes de la radical transformación en las formas de producción digital y circulación social de la cultura, de la información y el entretenimiento, es que hasta sus protagonistas carecen de una hoja de ruta que los aproxime como guía en el temporal que atraviesan y cuyo horizonte luce insondable. Los dueños y accionistas de las industrias culturales se preguntan si es más necesario para su supervivencia tomar decisiones conservadoras o rupturistas, los trabajadores culturales dudan acerca de cómo podrán, con sus competencias y habilidades actuales, prosperar mañana, y todos los eslabones de la cadena de valorización de sus creaciones auscultan el futuro inmediato con una mezcla de temor y desconcierto. Hasta los financiadores publicitarios emiten señales contradictorias.

Las plataformas de producción de contenidos, así como los medios tradicionales para su distribución y acceso, están asediados por nuevas organizaciones, intermediarios, soportes y dispositivos que, por ahora, conviven en un contexto de alta inestabilidad con los actores de la vieja escuela, varios de los cuales intentan actualizarse, en algunos casos imitando a nuevos medios digitales, en otros realizando alianzas y, también, recreando parte de sus actividades y prácticas.

La organización del sistema global, comercial, de producción y distribución de la cultura en expansión, se concentra cada vez más en pocos conglomerados que abarcan desde las redes de transportes de datos hasta los bancos de imágenes y sonidos desde los comienzos de la industria del cine, pasando por su escala económica que les permite diseñar series a la medida de los gustos actuales, que procesan gracias a la captura y almacenamiento de big data, y mercantilizar sus productos en diversas plataformas a lo largo y ancho del planeta.

En muchos países, sobre todo en Europa, Canadá y parte de Asia, los Estados siguen con atención el comportamiento del nuevo sistema global de cultura industrializada, porque la posibilidad aprovechar el potencial de las tecnologías digitales para promover las producciones nacionales y locales representa, obviamente, una oportunidad que interpela a las políticas públicas. No obstante, entre “posibilidad” y “probabilidad” hay un abismo.

Como señala Frédéric Martel en su libro “Cultura Mainstream”, “mientras que los franceses hacen películas para franceses, los árabaes para árabes, los indios para indios, los estadounidenses las hacen para todo el mundo”. Aunque el autor reconoce que para poder expandir globalmente sus contenidos, las industrias culturales estadounidenses ecualizan y negocian tradiciones y significados (lo que da como resultados una cultura híbrida como el “tex-mex”, que no es auténticamente texano ni mexicano en esencia), lo cierto es que casi no hay excepciones a la regla de que para triunfar en la revolución digital hay que hacer escala en los EEUU primero. Es por ello que las reglas de juego –legales, económicas y tecnológicas- que se establecen en EEUU son una referencia para el resto, pues condiciona luego su arco de intervenciones.

Eso ocurre, por ejemplo, con las obligaciones impuestas por la Comisión Europea a Netflix para que garantice un porcentaje mínimo de producciones europeas en el catálogo que ofrece en el Viejo Continente y que inspiraron iniciativas similares en todo el mundo. A partir de la dinámica productiva de Netflix en EEUU, Europa está diseñando un modelo adaptativo que tenga como principio el respeto por su cultura, sus necesidades y sus tradiciones.

De la inclusión en el catálogo de contenidos locales se está pasando –tanto en Europa como en otras latitudes- a proponer que haya inversión en producciones nacionales allí donde Netflix comercializa sus servicios, que se cobre impuestos por dicha comercialización y, además, se pida colaboración en el mantenimiento de las infraestructuras de conectividad a Internet que Netflix utiliza, absorbiendo una gran parte de la capacidad de transporte de esas infraestructuras. Sería lógico que la consideración de este caso, como síntesis de un problema que es mayor, contenga también el mundo del trabajo y el aliento a los ecosistemas de producción e intercambio de contenido (operen o no con lógica de lucro) en cada territorio.

La incertidumbre conmueve hoy el sector de las comunicaciones. Pero si la política pública no atiende las grandes asimetrías que surcan el escenario de la cultura global, la digitalización será una oportunidad de crecimiento y progreso desaprovechada.

(*) Profesor e investigador de la Universidad Nacional de Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes y CONICET.

 

2 Comments

  1. Es muy interesante el diagnostico. Incluso creo que deja entreveer que parte de los «nuevos problemas», son en realidad los problemas politicos de siempre.

    Por ejemplo el vinculado a la monopolizacion de la industria de contenidos, ahora digitales, sigue interpelando la idea de la posibilidad de democratizar la cultura (como suponia romanticamente en sus albores el advenimiento de internet), sin democratizar la política. Sobre esto desde Marx para acá, la idea que siempre las clases dominantes tendran en sus manos las herramientas de la cultura mas avanzadas, no parece haber cambiado.

    Por otro lado, otra vieja categoria asoma en este panorama, y que mas alla de los sinonimos o sus acepciones «modernas» no deja de servir de herramienta de analisis de las relaciones (en este caso culturales) entre los paises: el imperialismo.

    Es muy dificl pensar en una cultura nacional, sin pensar en un proyecto politico nacional. Así las grandes potencias que dirigen el timon politico/militar tambien dirigen el cultural, y en todo caso paises dependientes como el nuestro tienen (o podrían tener) una política a lo sumo defensiva, de respuesta.

    Por supuesto que esto no anula cualquier intento de mejorar la relación desigual a travez de politicas publicas, lo que digo es que pensar que desde la cultura y la comunicación vamos a poder enarbolar un proyecto independiente, sin hacerlo desde el plano de la politica, es nuevamente una falacia posmoderna evidente. Del tipo de aquellas que aseguran que para cambiar el país lo que hace falta es educación.

    Saludos y gracias siempre por tus esclarecedores analisis.

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