Apostillas sobre un líder de opinión
Carlos Pagni muestra en su columna sobre el atentado contra Cristina Fernández de Kirchner las características de un método con el que troquela la agenda política argentina semanalmente.
por Martín Becerra
Carlos Pagni (61), posiblemente el columnista más influyente (que no es sinónimo de masivo) en la élite política, económica y social de la Argentina, publica artículos semanales en el diario La Nación. Antes trabajó en Ámbito Financiero, siendo parte de la escudería forjada a imagen y semejanza de Julio Ramos, su fundador. La Nación cuenta con un canal de tv de «noticias opinadas», LN+ (catapultado por el expresidente Mauricio Macri a la grilla obligatoria de todas las cableoperadoras del país), donde Pagni conduce uno de los envíos más destacados, «Odisea Argentina». El impacto de sus columnas trasciende el nicho de audiencia de La Nación pues se reproduce en otros medios y redes digitales y porque numerosos periodistas y animadores replican sus ideas y análisis.
La más reciente y celebrada intervención televisiva de Pagni (el 19/9/2022), transcripta en La Nación al día siguiente (sus editoriales audiovisuales suelen ser editados luego en el diario), dedicada centralmente -pero no únicamente- a las repercusiones judiciales y políticas del atentado contra la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner ocurrido el 1 de septiembre pasado, permite identificar características recurrentes en su producción. Así, ese trabajo muestra muchas de sus virtudes y también defectos.
Entre las primeras, cabe señalar la información precisa de la causa judicial abierta contra los perpetradores del atentado y la lectura sofisticada que zafa –por lo general- de la emoción violenta con la que el gremio de opinadores mediáticos más notorios trata el intento de magnicidio. Los vínculos de la banda (no fue un lobo suelto ni un «grupito de loquitos») que urdió el atentado contra CFK, la rápida acción de importantes abogados penalistas para representar a la banda, sus nexos con los servicios de inteligencia estatal (un tópico recurrente en los trabajos de Pagni), la radicalización del discurso público y la emergencia de “algo nuevo” en el panorama político y en el paisaje social, componen una escena que Pagni enhebra con maestría.
En esa escena falta profundizar una línea de análisis, sin embargo, que es el clásico “cherchez la femme” de la novela policial negra: ¿quién pagó y paga la cuenta de la organización que protagonizó el intento de magnicidio contra Cristina Fernández de Kirchner? El propio Pagni se pregunta con picardía en un pasaje de su intervención “cuánto algodón de azúcar hay que vender para pagarle a estos abogados” que se desempeñaban, en varios casos, como asesores de legisladores nacionales del PRO. Pagni también acierta en la lectura que hace de la cautela con la que CFK y su entorno asumen la tramitación del caso por parte del fiscal Carlos Rívolo y de la jueza María Eugenia Capuchetti. Esa cautela se traduce en que no hay acusaciones infundadas sobre la/s reponsabilidad/es política/s del atentado. Res non verba.
Pagni aprovecha su notoriedad para rebelarse contra los tiempos cortos de la ecología de los medios. Iconoclasta aficionado, sus parlamentos son deliberadamente antitelevisivos, y sus columnas escritas rehúyen de la lógica clickbait a la que profesan, como nueva religión, las ediciones online. Pagni se precia de no estar al día en materia de chismes del ambiente periodístico y se percibe ajeno a las rencillas de sus colegas. No siempre esa percepción se compadece con la realidad, como puede deducirse de sus frecuentes alusiones a Horacio Verbitsky.
Por otro lado, en la nota tomada como ejemplo para este análisis, Pagni se explaya sobre la coyuntura de la política económica, las medidas y los movimientos del ministro de Economía, Sergio Massa (al que asocia con malicia un calificativo pergeñado por Macri), la cuestión del dólar soja, la agenda del presidente Alberto Fernández en EEUU y la posición argentina en el Consejo de DDHH de la ONU. En este eje temático de la columna, Pagni combina informaciones “reales” y opiniones personales, en un registro típico de los columnistas de política y economía. Su posicionamiento en la selección temática y en las calificaciones habla más de él que de las cuestiones aludidas. O sea, hay menos luz sobre esos asuntos.
Donde Pagni es más débil, o menos fuerte, es en la tentación sociológica. Tentación que no es nueva en él y, puede afirmarse, es un clásico de los historiadores. Pagni estudió el Profesorado de Historia en la Universidad Nacional de Mar del Plata, donde también fue profesor. Pues bien: una cosa es presentar y ordenar episodios, ponerlos en relación, dales sentido cronológico y jerarquizar su importancia, y otra cosa es fundar hipótesis causales con variables independientes acerca de la inserción y sucesión de esos hechos en el panorama más amplio de la realidad social.
No siempre quienes tienen oficio y talento para reconstruir hechos y para establecer relaciones –o especular con posibles relaciones- entre ellos saben interpretar los movimientos sociales más amplios que estructuran y condicionan esos acontecimientos.
El “método Pagni” peca así de “todismo”, lo que se refleja fielmente en su tentación sociológica. No obstante, este eventual error metodológico (en realidad, epistemológico) suele quedar disimulado por sus virtudes profesionales y estilísticas, que sobresalen en el promedio de las presencias mediáticas en la Argentina contemporánea.
Por último, pero no menos importante, hay que destacar el mérito de Pagni para cultivar la autonomía editorial relativa respecto del medio que lo emplea. Este esfuerzo sostenido, que es una rareza en perfiles como el suyo, le rinde beneficios y prestigio a punto tal que Pagni desborda con creces la legitimidad social y credibilidad pública del grupo La Nación. De hecho, el canal LN+ y –aunque en menor medida- el diario La Nación ensayaron una metamorfosis de su producción periodística que terminó subordinándola a la prédica facciosa. Esa metamorfosis convirtió a La Nación en el feedlot del nicho más rabioso de la derecha política vernácula. Eludir la previsible receta de lugares comunes adonde conduce esa metamorfosis es un buen negocio para Pagni. Más por cuestiones de posicionamiento y eficacia discursiva que de alineamiento ideológico, el «método Pagni» eligió hasta ahora diferenciarse de la jauría.